domingo, 11 de noviembre de 2012

Un sábado cualquiera


Oye Tony,  ¿por qué  no vienes a jugar fútbol  en el deportivo como en los viejos tiempos?

—Cómo que “como en los viejos tiempos”  Si no estoy tan ruco mi buen Vengador

—Bueno, bueno, no estás tan ruco como yo pero tampoco te cueces a la primera hervida.

Y como siempre ahí voy. A pesar que vivo en la unidad, hacía mucho tiempo que no me paraba por el deportivo. Era sábado por la tarde. Lo primero que me sorprendió fue que las gradas estaban desiertas. Empezó el partido. Nos pitó un árbitro con dos pies izquierdos pues no corría nada y para acabarla de rematar, ciego. No marcaba nada de faltas. A mí me anuló un gol. En las gradas, los huevones que, con caguamas en mano, le mentaban la madre al árbitro por cualquier cosita que no marcaba.

Terminó el partido, empezaba a  anochecer. Todo el equipo nos fuimos a sentar a las jardineras y como prodigio divino aparecieron las cervezas. Y ahí empezaron las lamentaciones: no mi Tony, ya no hay buen nivel de fútbol en el deportivo; ya ves esos pinches chamacos de ahora ni saben jugar, y con cualquier lleguecito, la hacen de a pedo; y qué decir del pinche árbitro si era un pendejo vestido de cebra; ¡no le anuló a usted un gol bien hecho! ; no le digo que ya no hay buen fútbol; buen árbitro, Saldaña, ése sí  era un buen árbitro, corría atrás de la jugada y marcaba todo.

Ya había oscurecido totalmente pero para un buen borracho eso no importaba. Seguían apareciendo de no sé dónde las caguamas. La noche siguió oscuramente avanzando y los humores etílicos ejercían sus efectos, los cuerpos se hacían lentos, las palabras pastosas y los rostros demacrados. Yo empezaba a reflexionar profundamente sobre tanta violencia cotidiana en la ciudad. Cuando, de pronto, una voz pesadamente apestosa interrumpió: mi querido Tony ya no se haga pendejo y éntrele para las caguamas; quién sabe cuántas rondas van y usted no dice, ésta boca es mía. Ante esta fina invitación no me quedó remedio que sacar un billete. Aquél lo miró y después se me quedó viendo fijamente: ¿a poco vas a querer cambio? —Conteste: No primo, ahí muere.

Después se fueron formando grupitos de tres o cuatro y cada loco con su tema. Unos discutían de política: oye qué presidente tan pendejo tenemos; nada más habla y la caga; otros, de religión: Dios no existe para qué le hacemos al pendejo; estamos solo y de ahí debemos partir.

Yo todo hediondo, aún vestido de futbolista y con caguama en mano, salí sin despedirme de nadie. Al llegar al zaguán de mi edificio,  Fátima, me saludó: buenas noches profesor. ¡Mire como viene! Ya no se junte con esos haraganes, buenos para nada.

No se preocupe Fátima, este mundo loco sigue rodando y yo sin poderme bajar.

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